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Editorial. La pancarta del silencio.

El ayuntamiento de Barberà no está garantizando la neutralidad política del espacio público.


En los años 70 se dio a conocer una de las teorías sociológicas que más relevancia ha tenido en la comprensión del comportamiento social y político en los últimos tiempos. Se trata de la célebre teoría de la espiral del silencio, elaborada por la pensadora alemana Elizabeth Noelle-Neumann, y en la que proponía que la mayoría de las personas toman sus decisiones de tipo moral, social o político según la percepción de lo que se considera la opinión mayoritaria, y por lo tanto aceptada y no castigada por la sociedad. Por el contrario, se tienden a ocultar las opiniones disidentes si se perciben que no coinciden con la corriente principal de pensamiento. Además, una de las consecuencias más destacadas de la espiral de silencio es que no hace falta que una posición sea realmente la mayoritaria en la sociedad para considerarla como tal. Por el contrario, basta únicamente con que el individuo perciba en su entorno inmediato que una opinión determinada es la predominante, algo a lo que contribuyen de forma decisiva los medios de comunicación. De esta forma los regímenes totalitarios han usado, y siguen usando, los medios para mostrar como mayoritaria la ideología que los sustenta, provocando el silenciamiento del discrepante, temeroso (y muchas veces con razón) de las consecuencias de opinar de forma diferente.


Sin duda, Noelle-Neumann sabía de lo que hablaba porque había vivido en primera persona uno de los regímenes que de manera más eficaz y perversa usó la espiral de silencio, y que fue la Alemania nazi. Se ha convertido en paradigmático el uso de la propaganda que hicieron Hitler y Goebbels para inundar Alemania de sus teorías racistas, que fueron asimiladas por el común de la población con la naturalidad de quien sabe que así seguirían gozando de todos los privilegios de la supuesta raza aria. Por el contrario, el terror se apoderó de los opositores que callaron ante la barbarie que acabó, entre muchos otros, con 6 millones de judíos ante el silencio cómplice o cobarde de la sociedad. De la misma forma actuó Stalin, desde el otro extremo ideológico pero idéntica furia criminal, y tantos y tantos otros asesinos en masa que han poblado la historia pasada y reciente, y que siguen haciéndolo, como vemos estos días en Ucrania.


En nuestro país la espiral del silencio se ha usado con profusión en la dictadura, en las persecuciones religiosas del siglo XX, o en el terrorismo que ha azotado España durante décadas. De hecho, una de las armas más poderosas de ETA y sus acólitos ha sido la ocupación del espacio público con una propaganda que ha usado con ubicuidad, crueldad e impunidad en las calles del País Vasco. Una propaganda neumanniana que, por desgracia, también se ha instalado desde hace años en nuestra comunidad autónoma. Cataluña, que antaño había sido uno de los lugares más abiertos e integradores de España, se ha convertido en una de las tierras donde el fanatismo, la exclusión y la xenofobia, se han propagado con más fuerza mediante el uso, cada vez más indisimulado, de los medios y el espacio público para la propagación de la ideología nacionalista a través de la espiral de silencio. El objetivo es conseguir que la población catalana adopte como natural y mayoritaria la concepción monolingüe, monocultural, separatista e hispanófoba de las elites nacionalistas. Unas elites, por cierto, muy bien lubricadas con dinero público, como lo demuestran los sueldos de los mandatarios regionales. Baste apuntar que el presidente autonómico cobra más de 153.000 euros, y que los consejeros de la Generalitat superan, cada uno los 115.000 euros anuales, cuando el presidente de la Nación no llega a los 87.000 euros.


Para que realmente funcione, la espiral del silencio debe ir enroscándose progresivamente. Y con ese fin basta con ir dando pequeños pasos para ir más tarde aumentando la dosis, hasta que la población vaya aceptando el yugo posterior de forma natural. Un ejemplo lo tenemos estos días en Barberà del Vallès, con la colocación de una pancarta de los autodenominados CDR, uno de cuyos grupos está siendo procesado nada menos que de terrorismo en la Audiencia Nacional. La pancarta lleva colgada durante semanas, sin que el ayuntamiento la retire, en uno de los lugares más céntricos y visibles de nuestra población. La pancarta resume las características que definen la espiral del silencio, de las cuales una de las principales es la manipulación del lenguaje. Eso ocurre desde el principio, al usar la expresión “Prou repressió” para transmitir que el Estado democrático ha actuado contra las personas mencionadas de manera ilegítima e ilegal, esto es, igual que un estado dictatorial represor. Se trata de una dialéctica propia del nacionalismo y el populismo más radical, e incluso violento, y que calca el usado durante décadas por el entorno proetarra contra la democracia española. El objetivo, como en el caso de los proterroristas, es desacreditar el Estado de Derecho para, en última instancia, derrocarlo e instaurar un régimen donde no actúe la Justicia democrática. O en otras palabras, que donde dice “represión” quiere decir en realidad “Justicia”; de la misma forma que, el lema “Barberà por la democracia”, significa realmente “Barberà por la impunidad”. Y sin olvidar que, como habíamos apuntado en el artículo, las tres personas mencionadas son altos representantes públicos, muy bien pagados por todos los ciudadanos, que han sido condenados o procesados por actuar en contra de la misma Ley que les ha permitido conseguir todos sus privilegios.


Sin embargo, hay un elemento crucial para el éxito de la espiral del silencio que no depende de los responsables directos de su colocación. Y evidentemente ese elemento es el silencio mismo. O, por decirlo en términos burocráticos, esa especie de silencio administrativo del ayuntamiento de Barberà, que se da por no enterado. Ante lo cual, cabe preguntarse, por ejemplo, que si esa pancarta tuviese un mensaje o unas siglas franquistas continuaría aún ahí colocada. ¿Actuaría entonces de igual forma la espiral del silencio iniciada por el ayuntamiento con la pancarta nacionalista-populista? ¿Continuaría colgada si en vez de aludir a Quim Torra, con sus deleznables insultos a los castellanohablantes, se revindicase a algún otro gerifalte que hubiese ofendido gravemente a los hablantes de catalán? No parece que tal cosa fuese posible, porque no debería serlo en ningún caso. Y, no obstante, sí parece que para el ayuntamiento el insulto, la manipulación y el ataque a los poderes democráticos son admisibles siempre que se hagan desde una postura que, paradójicamente, une la extrema derecha nacionalista con la extrema izquierda populista. Y todo aderezado con el muy avinagrado aliño de una asociación con turbias conexiones violentas.


El espacio público no puede ser, de ninguna forma, objeto de utilización partidista, sea del signo que sea. Y aún menos para ser ocupado por grupos de ideología profundamente antidemocrática, por más que alardeen de justo lo contrario. Y el ayuntamiento de Barberà, con el alcalde Xavier Garcés al frente, debe poner fin a la exhibición pública de una propaganda vejatoria para el conjunto de la ciudadanía. De lo contrario, no sólo estará violando, por omisión, la neutralidad política del espacio público, también estará afirmando, implícitamente, que está de acuerdo con lo expresado por una pancarta que insulta gravemente a la mayoría de los ciudadanos de Barberà. Pero además, si no se retira, el alcalde y el equipo de gobierno serán cómplices fácticos de las actuaciones que han perpetrado, que realicen o que puedan llevar a cabo en el futuro, los responsables de ese escrito, y más teniendo en cuenta sus antecedentes, por contribuir a una espiral del silencio contra la que estamos dispuestos a luchar desde este medio con la voz en grito de la Razón, la Justicia y la auténtica Democracia.

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